Siete mil personas coparon el Fray Honorato Pistoia. El recibimiento, el apoyo y el aliento fue espectacular y no faltó casi nadie. “Estamos agradecidos y que la gente confíe, vamos a dejar todo en San Francisco”, prometió Nico Aguirre. Era la tarde perfecta. Un cálido sol, colas interminables, tribunas abarrotadas y mucha gente sin poder entrar. Sí, como en las mejores épocas, el santuario explotó de pura pasión con las siete mil personas que fueron a alentar al santo (aunque parecían ser muchos más). Y llegó un momento en que la Policía se puso firme y dio la orden en las boleterías de no vender más entradas. Desde temprano el Fray Honorato se preparó para una fiesta, se vistió de fiesta, pero vaya paradoja: al final no hubo casi nada para festejar, solo haber vuelto a casa. Fue también como si el agasajado hubiera faltado a su fiesta. Pero la tarde podría haber sido completa y esta vez no hay nada que reprocharle esta vez al hincha antoniano acompañó de la manera que jamás lo hizo en este campeonato (sin contar los clásicos, claro). El aliento bajó permanentemente desde los tres costados como una potente ráfaga que debió contagiar al equipo, empujarlo y así lo hizo en los primeros minutos del partido. Sí, apenas unos minutos después de ese gran recibimiento con bombas de estruendos, papeles al viento y un solo aliento: “Santo, mi buen amigo, esta campaña volveremos a estar contigo...”. Es que el santuario los potencia, los une, los junta y los hace a todos por igual. En la platea, aquellos que suelen pasar desapercibidos por los palcos o que aparecen perdidos en cualquiera de los gajos del Martearena, esta vez fueron claramente identificados. Y estaban todos, o casi todos. Los Nocheros también sufrieron. Bueno, algunos de ellos. Mario Teruel, por ejemplo, tuvo que pedir permiso para acomodarse sobre un costado y se paró tantas veces como el resto, cuando parecía que Prieto, Acosta o Triverio la metían.