De la mano del escritor Eduardo J Quintana, Mundo Ascenso hace un homenaje mediante este cuento a to
- ¿Y cómo fue abuelo que dejaste de ser árbitro de fútbol?
Una reiterada pregunta, esta vez proveniente de su nieto, mientras hacía la tarea escolar de todos los días. Simón, el abuelo, prestaba atención a un programa de pesca que diariamente daban por un canal de cable y que por ningún motivo se perdía.
- Abuelo, te estoy hablando.
- Perdoname Ariel, mirá, mirá como hace el nudo de la tanza con el anzuelo, en un nudo nuevo. ¿Qué me decías Ari…?
- Te preguntaba. ¿Por qué decidiste ser árbitro de fútbol?
- ¡Uy, mirá el dorado que sacaron esos tipos…!
Evidentemente a Don Simón no le gustaba el tema y eludía la respuesta. La insistencia de su nieto lo incomodaba. Arel no comprendía la situación, por eso se dirigió a la cocina para preguntarle a su madre.
- ¿Mami, qué le pasa al abuelo que no me contesta?
- A Don Simón no le gusta tocar ese tema, quizá algún día te lo cuente. Le dijo la madre algo apesadumbrada.
- ¿Pero qué le pasó mami?
- Que te lo cuente tu padre cuando viene, Arielito.
Y allí fue el niño, con pensamientos encontrados, a subirse a la falda de su abuelo y a regalarle un beso en su pronunciada frente. Un verdadero acto de amor, que Don Simón valoraba mucho.
- ¿Vemos juntos el partido, abuelo?
- ¿A qué hora juega Atlanta, Ariel?
- Ahora en diez minutos, contra Flandria, de visitante.
- ¿En Jáuregui? Es un partido dificilísimo.
Allí se prepararon, el anciano y el nieto, para ver a su querido Atlanta. Minutos más tarde, hizo su ingreso raudamente Daniel, el papá de Ariel e hijo de Simón, fanático del Bohemio, como toda la familia. Los Reisseman eran así, una familia tradicional de la colectividad judía, que se afincó en la Argentina a principio de siglo y por herencia, fueron pasando el fanatismo por Atlanta de padre a hijo, y tenían algo particular, eran de Atlanta y nadie más. Tanto Simón, como Daniel, vivieron épocas muy buenas del Bohemio y eran asiduos concurrentes al León Kolbovsky, ahí en la mismísima Villa Crespo donde vivieron toda su vida. Épocas donde brillaban Mastrángelo, Gómez Voglino, Cano, Candau, Ribolzi, entre otros cracks que vistieron la auriazul. En cambio para el pequeño Ariel no hubo grandes hazañas, pero vivió el momento de Gloria en que los hermanos Soriano, llevaron al Bohemio a la B Nacional y hasta estuvo presente en cancha de Vélez, aquel día del batacazo contra Ríver.
La gran diferencia entre el abuelo y sus descendientes, es esa particularidad de haber vivido el fútbol desde adentro, como árbitro, un tema tabú en la familia. El partido fue emocionante y victoria para los Bohemios, así que la cena transcurrió con alegría y anécdotas futboleras al por mayor. Ya consumido el postre, el abuelo Simón, saludó a todos con un beso, como era la característica familiar y se retiró a su habitación. Quedaron solos, Marina, la mamá, Daniel y Arielito, momento especial para que el niño se saque todas las dudas.
- Ahí tenés a tu padre Ariel, preguntale eso que querías saber de Don Simón.
- ¿Qué pasó con el abuelo? Preguntó Daniel.
- No pasó nada, papá. Sólo quería que me cuentes por qué el abuelo dejó de ser árbitro de fútbol.
El padre meneó la cabeza y depositó sus ojos en Marina, como buscando una respuesta. La madre asintió y comenzó el relato.
- Vos sabés que el abuelo es fanático de Atlanta como nosotros. ¿Ahora, tenés idea por qué somos de Atlanta?
Porque vos y el abuelo me hicieron hincha del Bohemio desde que nací.
- Y el abuelo, porque su padre Don Saúl era hincha y dirigente de Atlanta.
- ¡Toda la familia bohemia, papá!
- Tu bisabuelo, era un importante dirigente, cuando el abuelo arbitraba. Don Simón intentaba mantenerse imparcial y buscaba denodadamente que no lo designen para dirigir a Atlanta, ya que siempre sostenía que no podría manejar sus sentimientos.
El niño escuchaba a su padre en silencio, prestando atención a cada palabra.
- Cuando se empezaron a sortear los árbitros, al abuelo le asignaron por primera vez un Atlanta vs. Chacarita, el clásico. No pudo negarse, su pasión por el referato podía más que el amor por el Bohemio. Por lo menos, eso pensaba. Aceptó el convite, pero la pasó mal; los días anteriores lo mostraron nervioso, cabizbajo, distraído. Recibió mil recomendaciones, de las autoridades y de su entorno. Yo era chico y se me juntaban las dos cosas, el amor por mi viejo y la pasión por Atlanta. Sólo queríamos ganar y que tu abuelo tuviese un buen arbitraje. La verdad que transitó un primer tiempo impecable, obviamente, nosotros lo mirábamos distinto porque sabíamos lo que estaba sintiendo y sobre todo, el momento tenso que estaba viviendo. Pero en todo momento se lo vio concentrado, como aislado del entorno.
Y no era para menos, toda su familia, todos sus amigos estaban en la tribuna. Los ojos de unos y otros estaban fijos en su accionar arbitral. Ariel seguía serio, escuchando el relato de su padre, sin poder entender todavía cual sería el motivo del desenlace.
- El segundo tiempo fue más friccionado, y el árbitro, tu abuelo, impuso su personalidad desde el primer golpe, ante la reacción de los hinchas, de un lado y del otro, y si no hubiese sido por los cinco minutos finales en que todo se fue al diablo, hubiera pasado inadvertido su fanatismo por Atlanta. Pero en el fútbol, siempre hay un pero, y el bruto del central calculó mal, le puso un guadañazo al wing de Chacarita, a centímetros de la línea del área grande, obvio del lado de adentro. Tu abuelo salió corriendo para cobrar el penal, y que se yo…, le deben haber pasado mil cosas por la cabeza, tanto es así, que se detuvo y marcó un tiro libre, fuera del área…
Ariel, estaba anonadado escuchando semejante relato que el padre había contado con lujo de detalle.
- Cuando señala la falta fuera del área, el muy botón de Guzmán, el juez de línea que marcaba el ataque de Chacarita, levantó la bandera y corrió hacia la línea de fondo, indicándole el tiro penal. Tu abuelo no tuvo peor idea que cambiar el fallo y marcar la pena máxima, ante la algarabía de los hinchas funebreros. Estaba desbordado y seguramente se sentía mal, encima en un momento en que era rodeado por lo jugadores de Atlanta, se le ocurrió mirar hacia el sector donde nos encontrábamos los familiares y vio a su padre, Don Saúl, trepado al alambrado haciendo el gesto clásico de “vas a cobrar”, mientras el resto de los hinchas le cantaba el clásico “hijo de puta, hijo de puta…” ante la mirada azorada de la abuela Sabina y la constante gesticulación de su padre, con la mano levantada y la palma hacia arriba.
- ¿Y cómo terminó la historia papá?
- Terminó como tenía que terminar, el abuelo tiró el silbato, se sacó la camiseta, la revoleó a la tribuna y se fue al vestuario, se baño, se cambió y dejó de ser árbitro de fútbol
- ¿Y el partido?
- Lo siguió el botón de Guzmán, Chacarita pateó el penal y el nueve lo tiró por arriba del travesaño. Terminaron 0 a 0
- ¿Y el abuelo, papi?
- Se fue tranquilo. Silbando bajito. Ese fue el día que dejó para siempre el arbitraje y se reencontró con la inmensa pasión que significa ser hincha de Atlanta, para toda la vida.
Esa noche, Ariel durmió feliz, con la camiseta amarilla y azul puesta, abrazado a su abuelo Simón, abrazado al sentimiento bohemio…
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